Durante la noches de Cuaresma que anteceden a la Semana Santa y en los diferentes cortejos procesionales de su cofradía, miembros de la Hermandad de Jesús Nazareno, Los Negrillos, recorren las calles de la ciudad con la Bocina. Se trata de un largo tubo trococónico, de unos 2,5 metros de longitud, que se arrastra sobre un soporte montado en ruedas de madera con llantas de hierro. Tienen una boquilla de 1,5 centímetros de diámetro y una abertura final de unos quince centímetros.
Con este instrumento, a la voz de “¡Toca, chavó!”, y el golpear de unos palillos sobre un ronco y desafinado tambor, se lanzan largos, modulados y característicos sonidos, quejumbrosos y de misterio, como llamadas melancólicas y lastimeras que sobrecogen en las tristes noches de la Cuaresma y en las emotivas procesiones, sobre todo la del Nazareno, en la madrugada del Viernes Santo, e incitan a la penitencia. Su posible origen podría encontrarse en el anuncio del paso del reo hacia el suplicio para que las multitudes tuvieran conocimiento y ejemplo.
Señalar, finalmente, que no es fácil tocar la bocina, y son muy escasas las personas que lo hacen con el tono y giros peculiares y adecuados.