
Con este instrumento, a la voz de “¡Toca, chavó!”, y el golpear de unos palillos sobre un ronco y desafinado tambor, se lanzan largos, modulados y característicos sonidos, quejumbrosos y de misterio, como llamadas melancólicas y lastimeras que sobrecogen en las tristes noches de la Cuaresma y en las emotivas procesiones, sobre todo la del Nazareno, en la madrugada del Viernes Santo, e incitan a la penitencia. Su posible origen podría encontrarse en el anuncio del paso del reo hacia el suplicio para que las multitudes tuvieran conocimiento y ejemplo.
Señalar, finalmente, que no es fácil tocar la bocina, y son muy escasas las personas que lo hacen con el tono y giros peculiares y adecuados.